
Pedimos disculpas por nuestra ausencia de estos últimos días, queridos lectores, pero es que resulta que he pasado unas jornadas algo pachucho: unos problemas gastrointestinales me han obligado a visitar la clínica veterinaria con excesiva asiduidad durante la última semana (Ejem, ejem...) Y el caso es que a pesar de que todavía no me han dado el alta médica definitiva y de que sigo en tratamiento y oficialmente convaleciente, he querido aprovechar que me encuentro un poquito mejor para deciros que seguiremos por aquí, con los reflejos quizá un pelín lentos, pero atentos a los movimientos constantes de la cambiante blogosfera.
Y ya que hablamos de indisposiciones, enfermedades y dolencias permitidme aclarar que, obviamente, lo malo de estar enfermo es sin duda el malestar general que te domina, pero conste que las perrerías a las que te someten en el veterinario con la excusa de que te sientas mejor no tienen desperdicio: "¿Te duele la barriga? Pues déjame que te la apretuje." (Mmmm...); "Abre la boquita y tómate este potingue que huele a rayos..." (Puaj...); "¿Pero por qué lo escupes?" (Puaj, puaj...); "No te muevas, que es sólo un pinchacito de nada." (¡Pues pínchate tú!); "Un momentito y te tomamos la temperatura." (Pero... ¿Por dónde...? ¡Oh, oh, oh!); "¡Otro pinchacito y verás cómo te sientes mejor!" (¿Acaso te piensas que mi trasero es una diana?); y así, como muchos de vosotros ya sabréis, podríamos llegar hasta el infinito y más allá... ¿O no?
Menos mal que siempre te queda el consuelo de volver a casa para que tus humanos sucumban a tu irresistible mirada de pena y te consientan y te mimen... Bueno, eso cuando no te ponen a dieta estricta, te prohiben comer hierba, chuches o paté, te recetan un asqueroso jarabe cada doce horas y te controlan hasta para ir al arenero... Porque ¡menuda cruz! Pero... Esa ya será otra historia...