Ayer, día de Navidad, este trío felino vivió una experiencia algo acalorada (yo diría que incluso febril) Al parecer, a pesar de mi atenta vigilancia, Papá Noel había logrado colarse en casa durante la noche. Debo confesar que no me entusiasman para nada las andanzas de este tipillo vestido de rojo pues mis inclinaciones navideñas tienden a ser más bien monárquicas. Pero, a pesar de mis recelos y de que espero con mayor ilusión la noche de Reyes, no consigo librarme de la visita anual de este corpulento individuo de mejillas sonrosadas cada víspera de 25 de diciembre.El caso es que, con la luz de la mañana y junto a los calcetines del salón, encontramos algunos regalos claramente papanoelianos, de entre los que destacaban tres paquetes destinados, según se leía en las etiquetas, "A los tres gatos de la casa". Hasta aquí todo parecía ir bastante bien pero mi intuición felina me hizo presentir que el dichoso Santa nos la había jugado este año de alguna manera. Y razón no me faltaba, porque debajo de un papel crujiente y de unos lazos brillantes descubrimos unos sobres de comida húmeda, un simpático ratón naranja y, ¡oh, ladino gordinflón de rojo!, un espeluznante termómetro digital. Ante tal instrumento de medición Noa, Elmo y yo no pudimos más que mirarnos con cara de susto. La matemática elemental (tres regalos para tres gatos) y la falta de destinatario establecido para cada presente marcaron el inicio de un improvisado reparto que permitiera alejar el incómodo termómetro de nuestras respectivas anatomías felinas (porque supongo que ya sabéis, queridos lectores, dónde se le toma la temperatura a un gato, ejem, ejem...) Al grito de "¡Sálvese quien pueda!" y sin pensárselo dos veces, Elmo hizo suya la comida húmeda, mientras que Noa, rauda, veloz y entonando la cantinela de "Las damas primero", cazó el ratón anaranjado que, aparentemente consciente de lo que esto significaba, me miraba pícara pero compasivamente mientras yacía acurrucado entre sus zarpas blancas. Si los gatos pudiéramos llorar, os aseguro que un par de lagrimones habrían comenzado a correr por mis mullidas mejillas. ¡Cualquier cosa antes que recibir un termómetro en Navidad!
Menos mal que mi susto duró poco pues el disgusto para mis insolidarios compañeros gatunos y el alivio para mí llegaron cuando nuestra humana nos aclaró que la ambigüedad en el etiquetado de los presentes quería significar que TODO era para los tres. Esto significa que yo también probaré la comida húmeda y jugaré con el ratón y que ellos padecerán el termómetro en el caso de que sea necesario. ¡Cosas que pasan! De todas maneras, aunque el mal de muchos sea un consuelo para tontos (pero consuelo al fin y al cabo), os aseguro que esta jugarreta se la guardaré hasta el año que viene al gordinflón: ya trataré yo de pillarle para que me explique a cuento de qué se le ha ocurrido regalarnos en esta ocasión tamaño instrumento de tortura. Pero esta ya será otra historia...
NOTA: La silueta de Papá Noel que ilustra esta entrada corresponde a una pintada que, al menos hace un año, estaba situada en la calle Platería de Murcia. A mis humanos les hizo gracia, sobre todo por la advertencia que la acompañaba (Manténgase alejado del alcance de los niños) y no pudieron resistirse a fotografiarla.