Hace unas semanas, saltaron a la palestra informativa numerosas noticias relacionadas con los derechos de los animales a la sombra de la polémica levantada por unas infames y mediáticas cacerías (Huelga decir que en casa estamos en contra de la caza y eso que Noa y yo somos expertos depredadores domésticos de ratones de peluche y caramelos de fresa) Varias de estas noticias se centraban en el modo en que algunos grupos animalistas reclamaban justicia para las bestias asesinadas. En los medios de comunicación, muchas fueron las voces airadas y serias que defendieron la extravagancia de este tipo de acciones ridículas, puesto que los animales tienen derechos pero jamás los mismos que un ser humano, impidiendo este matiz que se pudiera considerar a un puñado de ciervos víctimas de asesinato.
Evidentemente, estamos de acuerdo en que reclamar una igualdad total entre animales y humanos roza el absurdo, pero entendemos que algunos grupos dedicados a la defensa animal apuesten por este tipo de peticiones descabelladas a priori. No es que se hayan contagiado de la locura y del sinsentido en su lucha diaria contra el dolor y el maltrato animal sino que se trata de una sencilla estratagema que tiene como fin la implantación completa de los derechos que nos corresponden, ni más ni menos. Quizá lo entendáis mejor si os traigo a colación el arte del regateo: para conseguir el precio deseado, el vendedor pide mucho y el comprador ofrece poco, quedando normalmente en un término medio la satisfacción de ambas partes. Por lo tanto, estamos ante un evidente mercadeo de nuestros derechos, de los derechos de un puñado de seres irracionales que, por desgracia y según el parecer de muchos, ni sienten ni padecen a tenor de la lentitud de las negociaciones y de la falta de resultados.
Claros como el agua y tan difíciles de sostener con las manos como ella, los derechos de los animales se nos escapan en este país entre unos dedos que adoptan la forma, entre otros, de vacíos legales y de repartos de competencias. En este contexto, a los defensores del mundo animal no les queda más remedio que luchar armados de polémica y radicalismo, tratando de hacer el máximo ruido en una sociedad que adolece por sorda, ciega y muda. Y ante polémicas como esta, yo, un simple gato, me pregunto: ¿para cuándo una ley de protección animal a nivel nacional que nos proteja por igual a un lado o a otro de las fronteras autonómicas y castigue de forma ejemplar a los maltratadores con todo el peso que merecen sus viles actos?
Sea como sea, la guerra continúa y desde aquí seguiremos considerando víctimas de un sufrimiento gratuito al elefante que se muere de pena en el zoo, al tigre que padece las funciones bajo la carpa, al toro que sangra en la arena, al perro explotado en granjas de cría clandestina, a la foca bebé apaleada hasta la muerte, al conejo sometido a los experimentos de las compañías cosméticas, al gato convertido en diana de los disparos de unos malnacidos o al ciervo abatido para alimentar el ego paupérrimo de un cazador y sus amigachos, le pese a quien le pese. Y que conste que no me estoy inventando nada, pues para cada una de las lindezas que os cito (y para muchos otros horrores que me dejo en el tintero) existe una lamentable y cruenta base documental. Y es que, como dicen mis humanos, la realidad supera muchas veces a la más espantosa de las ficciones.
No se puede decir más claro, es tal cual...
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