Elmo y Sir Isaac Newton

Cuenta la leyenda que, un buen día, mientras el físico Isaac Newton estaba en su jardín, una manzana cayó sobre su cabeza. La principal consecuencia de este accidente (aparentemente insustancial aunque sin duda algo molesto) no fue un simple chichón, sino el desarrollo de la archiconocida Teoría de la Gravitación Universal, allá por el siglo XVII.

Quizá os estéis preguntando cuál es el motivo de que hoy os cuente esto, pero todo tiene una explicación. Y es que, desde que Elmo llegó a casa, demostrar que la ley de la gravedad existe se ha convertido en el objetivo del enano siempre que hay alimentos humanos de por medio. Al igual que Newton, espera pacientemente a que alguna manzana, metamorfoseada preferiblemente en fiambre o salchicha, caiga sobre su cabeza. Sus paseos por la cocina a la hora del desayuno, la comida o la cena con la mirada fija en las alturas no dejan lugar a dudas de que nuestro pequeño tuerto está convencido de que el maná viene del cielo. Y así se pasa el rato, pidiendo algo para comer como si no hubiera probado bocado en mucho tiempo. Puede que, algún día, mis humanos no aguanten más y sus súplicas tengan respuesta. O, sencillamente, puede que algún accidente aliado con la ineludible atracción de los objetos hacia el suelo ponga a su alcance algún suculento manjar. ¿Quién sabe? El caso es que, como buen científico, Elmo no ceja en su empeño a pesar del habitual fracaso de sus frecuentes pruebas e intentos y eso, en el fondo, me hace apreciar a este pequeño cabezota un poco más (pero no demasiado, ¿eh?)

Y ya que hablamos de sir Isaac, creo que es obligado mencionar que, precisamente, fue Newton el inventor de la gatera basculante, esa trampilla con bisagras que permite que los gatos entremos y salgamos de casa sin necesidad de que ningún humano nos abra la puerta. Eso significa que, entendiendo perfectamente el carácter independiente del felino, este práctico científico amante de los gatos dio alas a nuestra libertad. Desde que me enteré de esto, no dejo de pensar en qué sería de nuestra Gatera sin Newton, porque, al fin y al cabo, a su inventiva le debemos el nombre y puede que, incluso, algo de inspiración. Y estaréis conmigo en que, simplemente por esto, merece nuestro más sincero reconocimiento.