¡Ya está aquí! ¡Ya ha llegado! ¿Dónde podré esconderme? ¡No quiero que me encuentre! Para los que no sepáis de qué hablo, me estoy refiriendo al cepillo, ese utensilio molesto donde los haya que utilizan mis humanos para someterme a tortura cada día desde el momento en el que se dan cuenta de que mis pelillos están empezando a caer... Todo es culpa del buen tiempo, que me obliga a desprenderme de mi abrigo invernal de último modelo para vestirme con un suave pelaje adaptado al calor del verano. Mi naturaleza gatuna me impone este cambio, pero lo del cepillado es un añadido que bien podríamos evitarnos (vamos, digo yo...) Si yo fuese un gato salvaje no habría cepillo que valiese, pero en casa, con la excusa de prevenir las bolas de pelo, ¡ale!, cepillo va y cepillo viene. Todavía cuando me peinan en la dirección correcta, es algo soportable, e incluso agradable por la zona de la cara y del cuello. Lo malo llega con el cepillado a contrapelo: ahí sí que pongo cara de pocos amigos y peleo y lucho para escapar de mis humanos, metamorfoseados momentáneamente en tiránicos torturadores!
Con este molesto gesto, mis humanos cuidan mi salud intestinal y, de paso, se ahorran una buena cantidad de pelos en su ropa y en sus cosas. He de decir que esto último tampoco me parece demasiado bien, porque, en mi modesta opinión, mis pelos, los de Noa o los de cualquier gato que conviva con vosotros, queridos lectores, deberían ser considerados como un tesoro, prueba evidente del amor que un gato siente por su humano y viceversa, porque para eso nos molestamos en distribuirlos concienzudamente allí donde más se ven (Ejem, ejem...) La realidad es bien diferente: vosotros consideráis los pelos sueltos un incordio... Pues yo considero el cepillado un castigo... Creo que no podríamos aproximar posiciones aunque nos propusieramos una sesuda negociación para resolver el caso, así que seguiré aguantando de vez en cuando el dichoso cepillo, pero ya me encargaré de marcar con mis pelos las prendas que dejéis a mi alcance. "Quid pro quo", amigos, una cosa por otra... Así, al menos, lograremos cierto equilibrio...
Para terminar debo añadir que esta postura de resistencia gatuna frente al cepillo es una actitud mía y de algunos otros, pero nada generalizado entre los gatos del mundo. Y es que hay muchos a los que, que les peinen y les repeinen, les encanta y se pasarían horas y horas sometidos a interminables sesiones de cuidado capilar... ¡Allá ellos! Yo voy a esconderme por ahí, no vaya a ser que me encuentren y me gane un cepillado intensivo por haber abierto la boca...
¿Has probado la manopla? Merlín y Bombay no soportan el cepillo, pero en cambio la manopla les encanta. Se tiran ellos mismos al suelo y se dan la vuelta para que no me deje nin un rincón sin masajear ;) Disfrutan mucho :)
ResponderEliminarSaludos,
Tanakil.
Sí, Tanakil, en casa tenemos manopla, pero tampoco me gusta... :/ Es que yo soy así!
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