jueves, 4 de febrero de 2010

Tan callando...

Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando...

Nunca estamos preparados para la pérdida de un ser querido pero lo cierto es que así como hay vida es inevitable que, más tarde o más temprano, nos alcance la muerte. Silenciosa e inesperada a veces, premeditada en otras ocasiones, la certeza en todos los casos es el abandono de los que quedan, sufridores de la falta, plañideros de la ausencia, anhelantes buscadores en el limbo de los sueños... Pero la muerte no es simplemente el final de la existencia física: el paso del tiempo y las diferentes culturas la han ido enriqueciendo con un manto de leyendas y creencias, con toda una parafernalia de intenciones y palabrería, con un variado y completo atrezo que la han convertido en la poderosa y temida señora que es hoy, relegada a los lindes de lo cotidiano pero intrusa feroz capaz de truncar las ilusiones de cualquiera. Y es que la muerte es, en sí misma, un acontecimiento común a todos los seres vivos que empiezan a morir el mismo día en el que llegan a este mundo. La esperanza de vida más corta de perros y gatos provoca que sean los humanos los que habitualmente padecen el dolor por la pérdida de sus mascotas y no tanto al revés.

Metidos como estamos de pleno en tan luctuoso tema creo que una de las cosas más importantes a tener en cuenta a la hora de pensar en la muerte es, sin lugar a dudas, el grado de sufrimiento previo al final. Hay muertes repentinas que le llegan a uno sin esperarlo, tan callando, sin padecimiento ni dolor. Pero ¿qué ocurre cuando, desaparecida toda esperanza y tras luchar en todos los frentes, el final se adivina tras una larga agonía? ¿Debemos aceptar de una vez que, en determinadas circunstancias, el derecho a decidir cuándo se debe morir es lícito? Se trata de un tema espinoso, lo sé, y no es este el lugar adecuado para iniciar un debate. Pero la realidad es que en el ámbito veterinario este dilema se plantea en no pocas ocasiones y ante esta dura realidad la duda más generalizada suele ser cómo saber cuando se debe poner fin a un sufrimiento que, al fin y al cabo, es ajeno...

No se trata de una decisión sencilla pero las personas que han pasado por el trance de poner a dormir a su gato o a su perro tras una larga enfermedad suelen coincidir al afirmar que hay un momento en el que se ve claro que no queda más opción que acompañar al amigo fiel en su tránsito hacia el final. Amparados unos en la creencia en una vida mejor y parapetados otros en el merecido descanso de los cuerpos exhaustos, toman una decisión valiente que les lleva a decir adiós al compañero de juegos, risas y montones de momentos. Y en este paso definitivo irónicamente lo más sencillo es morir, siendo lo verdaramente difícil seguir adelante con la vida...

Tan callando...
Permitidme para terminar esta entrada remitirme a los versos con los que la hemos iniciado y que corresponden al arranque del sincero planto que el poeta medieval Jorge Manrique dedicó a la muerte de su padre. Sirvan como recuerdo a todos los amigos que nos han dejado, a todos los que no pudieron luchar más, a todos los que llegaron solos hasta al final, a todos los que se fueron entre lágrimas, a todos los que recibieron una ayuda para exhalar su último suspiro y como homenaje a aquellas personas que, sin esperarlo o tras verse obligadas a decidirlo, no tuvieron más remedio que despedirse.

2 comentarios:

  1. Si que es un tema doloroso, ya he pasado por eso, con un gatito pequeñín, el veterinario lo sugirió ante el problema congénito que padecía...
    No es fácil, ni antes ni después - el papel de 'Dios' nos sienta mal a algunos humanos.
    Aspiro a cambiar mis emociones y pensamientos por que la muerte o la falta de un ser querido, me afecta mucho.
    Abrazos
    Ro

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  2. Qué tema tan complicado y doloroso... mami no quiere pensar en eso en estos momentos, y nosotros por supuesto, tampoco :P

    Ronroneos

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Maullidos, ronroneos e incluso bufidos. ¡Este es el lugar adecuado!

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