Todos aquellos humanos que convivís con más de un gato habréis padecido en alguna ocasión los efectos de una imprevisible, fulgurante y no poco emocionante estampida felina. ¿Cómo? ¿Que no sabéis de qué os estamos hablando? ¡Seguro que sí! Hablamos de estampida al describir esa carrera frenética y colectiva de los miembros gatunos de la familia desencadenada por algún elemento desconcertante, con frecuencia estruendoso, que al asustar al menos a uno de los gatos le impulsa a escapar, contagiando con su huida y/o a su paso ese estado de excitación y miedo a cada uno de los demás felinos del grupo que, sin pensárselo dos veces, dejan de lado lo que sea que estuvieran haciendo y se unen solidariamente al frenesí del primero. ¿Os suena ya la situación?
Características inherentes a una estampida como la que os describimos y que permiten distinguirla de una simple persecución o de un sencillo juego es que se pasa de la tranquilidad a la tormenta en un visto y no visto, que participan si no todos al menos la mayoría de los gatos de la casa, que ningún obstáculo (y cuando digo ningún obstáculo me refiero a nada en absoluto...) es capaz de frenar esa intensa pero relativamente breve carrera y que el susto y el desconcierto suelen flotar en el ambiente un rato tras el desenfrenado intento de huida.
Precisamente nuestra última estampida tuvo lugar ayer a causa de la caída de un calendario mientras echábamos nuestra cabezadita matinal. La reconstrucción posterior a los hechos nos ha permitido deducir que, al parecer, el citado almanaque, sin previo aviso, se desprendió de la pared de la que colgaba en supuesta actitud amenazante dándole un susto de muerte a Noa que, aún medio dormida, dio un brinco tremendo desde la silla en la que descansaba, chocándose con la puerta de la cocina y cerrándola de golpe. El inesperado portazo asustó a Elmo que, dormido en la butaca del estudio, debió pensar que el cielo o algo aún peor se le venía encima: en menos de un segundo se erizó, salió corriendo y pasó como alma que se lleva el diablo por encima de mí y de la mesa donde yo dormitaba, despertándome de golpe y empujándome a correr como un poseso sin saber muy bien ni hacia dónde ni por qué. Pero es que ya se sabe: si hay que correr, se corre, ¿o no?
Menos mal que, como viene siendo habitual, tras la tempestad volvió poco a poco la calma al comprobarse que, una vez más, la terrible amenaza resultó ser infundada y que no se habían producido daños felinos, humanos ni materiales de consideración. Eso sí, aunque Noa y yo nos repusimos enseguida el miedoso de Elmo, por si las moscas, no volvió a acercarse al estudio en todo el día, no fuese a ser su confortable butaca el origen de todos los males (Ejem, ejem...)
Y vosotros, queridos lectores felinos: ¿habéis protagonizado alguna estampida memorable? ¿Las protagonizáis con frecuencia? ¿Cuál es o suele ser el origen? ¿O jamás habéis vivido una situación semejante? ¡Esperamos vuestros comentarios!
Nota: Que conste que con gatos que viven solos también se vive este tipo de situación aunque en esos casos la colectividad y sus efectos evidentemente quedan reducidos a la reacción de un único individuo.