¡Ayer robé un calamar!

Pues lo dicho, que ayer me hice con un calamar que había en la cocina. En un descuido de mi humana, que estaba preparando la comida, me subí a la encimera y ¡voilà!, allí estaba el objeto de mi deseo, blanco, limpio y cortado en dos trozos, uno grande y otro pequeño. La elección no me llevó ni medio minuto: "Grande, pequeño, grande, pequeño... Pues el grande para mí y el pequeño para los demás, que no hay que ser egoísta!" Cuando mi humana lo descubrió, se enfadó mucho, cosa que no entiendo porque si no quiere que me lo coma, que no deje por ahí esas delicias del mar, ¿no? Y es que a mí me pueden los calamares que, junto a los langostinos, son mi debilidad. ¿Qué le vamos a hacer? Quizá estas pasiones gastronómicas se deban a que en alguna de mis vidas anteriores fui un gato marinero, que surcó los siete mares y degustó las delicias que se esconden en las profundidades del océano.

Lo cierto es que los gatos siempre hemos conseguido con facilidad puestos entre la tripulación de los barcos a cambio de nuestra habilidad como cazadores. Y aunque las embarcaciones de pesca parecen las más atractivas a los ojos de un minino goloso, yo creo que preferiría subir a bordo de un navío pirata para convertirme en gato bucanero con parche en el ojo y pelaje al viento: ¡Rumbo Barbazul, el terror de los océanos y el devorador de los kraken! ¡Qué tiemblen los calamares gigantes, que sólo de pensar en ellos, se me hace la boca agua! Mmmmm... Creo que me daré un paseíto por la cocina, a ver si un nuevo descuido pone a mi alcance algún tentempié marino digno de un pirata de tan rancio abolengo como yo (Ejem, ejem...)