La imagen de un lindo gatito relamiéndose tras tomarse un platito de leche tibia es un tópico gatuno extendido a lo largo y ancho del mundo. Esta idílica estampa poco tiene que ver con la realidad. Los gatos que no conviven con humanos sólo tienen acceso a la leche cuando son cachorros; es más, creo que los humanos sois los únicos seres que siguen tomando leche aún siendo adultos. Pero, por si esto fuera poco, lo cierto es que mucha de la leche que tomáis, que suele ser de vaca, a la mayoría de los gatos nos sienta fatal, provocándonos unos retortijones y unos dolores de barriga que mejor ni os cuento. A pesar de esto, hay mininos que se la beben: unos, por desconocimiento al no haberla probado nunca (os aseguro que la experiencia, si es de las malas, no se olvida...) y otros por ser golosos y sin demasiada voluntad. El mensaje que quiero lanzar es que una convicción errónea provoca que, sin mala intención pero también sin demasiado acierto, muchos humanos se esmeren para que tomemos leche como si fuese una delicatessen...
A mí personalmente no me va, que para gustos se hicieron los colores y yo prefiero mil veces un buen langostino antes que esta bebida blancuzca, pero debo reconocer que convivo con una gata adicta que no perdona su cuenco diario... Por este motivo, nuestros humanos compran unos paquetes de leche especialmente formulada para que a los gatitos viciosos como Noa no les siente mal. Sabed que este producto existe, así que si queréis dar leche a vuestros compañeros gatunos, que no sea de vaca, por favor, que la intolerancia a la lactosa trae consecuencias molestas y muy poco elegantes...
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