martes, 4 de diciembre de 2007

¡Dichosa malta!

La malta no es otra cosa que esa asquerosa pasta de color marrón que los humanos se empeñan en hacer tomar a los gatos alegando que es por su bien. En realidad, para muchos de nosotros, es una auténtica tortura. Cada vez que en casa toca malta yo lo noto porque mis humanos me llaman con una voz demasiado melosa que denota que algo no marcha bien. Así que me escondo debajo de la mesa para dificultar un poco la operación. De ahí me tienen que sacar a la fuerza, que no hay que poner las cosas fáciles al enemigo. Cuando ya parece que me tienen atrapado, toca aplicar ciertas técnicas propias de un contorsionista que a veces me permiten volver a escapar, con el consiguiente revuelo en casa. Normalmente voy a esconderme una vez más debajo de la mesa, de donde me tienen que sacar a rastras otra vez. Esta secuencia de carrera-escondite, que puede repetirse un número indeterminado de veces dependiendo del día, en algún momento llega a su fin y acabo aislado en la cocina, donde, a puerta cerrada, continúa el suplicio tal y como os lo detallo a continuación:
  • Ellos abren el bote de la malta y sacan un poco de pasta que acercan a mi boca: yo giro la cara tanto como sea necesario.
  • Ellos se untan el dedo con la pasta y agarrándome por el cogote, vuelven a acercar esa viscosa sustancia a mi boca: yo vuelvo a girar la cara, a pesar de que me tienen inmovilizado (de nuevo aplico las técnicas de contorsionista que tan útiles son en la lucha cuerpo a cuerpo)
  • Ellos me untan el hocico con la pasta viscosa marrón, obligándome de esta manera a tomármela porque saben que soy incapaz de soportar esa cosa pegajosa: yo me libero lo suficiente para sacudir con fuerza la cabeza de un lado a otro, logrando salpicar con la malta a mis humanos, a las paredes y a todo lo que se encuentre a mi alcance.
  • Ellos me untan la pata con la sustancia pastosa, embadurnándome bien para que no pueda volver a salpicar: yo, por su puesto, agito la pata con vehemencia logrando salpicar poco, pero algo: ¡lo importante es fastidiar! (Nota: quizá sea interesante señalar que esta habilidad para salpicar es el motivo por el que el escenario de mi tormento es la cocina. Los azulejos pueden limpiarse con facilidad, mientras que en el resto de habitaciones la malta deja mancha en la pintura de la pared. En casa tenemos pruebas de ello...)
Finalmente, cuando ya no me queda de otra y sabiendo que la pulcritud es esencial en mi vida, consiguen su objetivo y termino tomándome mi pegote de malta (o lo que queda de él) Pero por lo menos disfruto del consuelo de saber que he peleado hasta el final. Y mientras yo, sufridor resignado, padezco mi desgracia, llega la esquirol de Noa y se toma sin rechistar su dosis correspondiente. ¡Será petarda! Por culpa de gatos como ella los humanos creen que la malta es una delicia para nosotros: con lo malo que es generalizar...

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