jueves, 3 de enero de 2008

Reparaciones...

Esta mañana, bien tempranito, han venido un par de señores a arreglar la puerta de casa. Cuando he escuchado el timbre he pensado: "¡Bien! ¡Novedades!" Pero a pesar de mi empeño, no he podido ayudarles como pretendía, porque mi humana me ha encerrado en el salón con Noa... ¡Vaya rollo! ¡Ni que fuese un gatito! Desde mi forzosa posición alejada de primera línea he escuchado los golpes y el ajetreo en la entrada. Esto es lo que pasa siempre que alguien de fuera viene a instalar o a reparar algo... Y yo me pregunto ¿por qué no me dejan colaborar? ¡Si soy un trabajador muy eficaz! Y si no me necesitan para echar una pata, siempre puedo vigilar lo que hacen, que a observador no me gana nadie (¡Si me hubieran dejado revisar las obras a mí, os aseguro que nos habríamos ahorrado más de una chapuza en casa!)

Recordando, recordando, creo que de todas, quizá la mejor anécdota protagonizada por un operario es la de aquel simpático señor que vino a montar el mueble de la galería: ¡resultó ser alérgico a los gatos! ¡A buena casa había venido! ¡En media hora estaba hecho polvo! Y eso que, como de costumbre, no nos dejaron acercarnos a él... Todavía me da la risa cuando me acuerdo... En fin, me marcho a inspeccionar cómo ha quedado todo, no vaya a ser que mis humanos pasen por alto algún sutil destrozo...

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